Lo mejor de lo mejor de ser madre (2)

Es viernes de nuevo, luce el sol, el aire huele a lilas y a primavera, ayer compramos una glicinia espectacular en Santinelli (mi segunda glicinia maravillosa) y el jardín está lleno de flores.
Así las cosas, me apresto a completar el post del viernes pasado, sobre los gozos de la prole, con una cuestión importante importantísima, que olvide incluir en mi listado de bondades.

Y es un despiste grave porque lo que voy a decir a continuación quizás es lo más heavy y fantástico de ser mamá

Los hijos son como una magdalena proustiana a lo bestia, ¿qué digo?, son como una fábrica de magdalenas en producción non stop, como un universo fabricante de empalagosos dulces para la memoria, una corriente continua de fogonazos de olores, sabores, sonidos de risas, flashes de vida feliz, que te trasladan, de una embestida, sin posibilidad de resistencia, a tu propia infancia.

Decir que los hijos te hacen recuperar el niño que fuiste quizás está muy visto y leído, pero es verdad.

No me he acordado nunca tanto de mis padres, de mis excursiones a Cercedilla, de las orugas que quería tocar en la boda de noséquién, de la polca que bailaba el abuelillo de Heidy en una versión hippie de Heidy que no era la de Oloreieiei, de Taron y el Caldero mágico en el cine Magallanes, de Gordillo, de los frigopiés, del jardín de la alegría, de las compras con mi tía Mayte, de mi abuela que nos llevaba al cole, de las tabas, de mis disfraces favoritos, de las lecturas de La Historia Inolvidable de mi madre, de que mi padre era el predilecto del club de padres predilectos entre mis compis del cole (con esa sonrisa, cualquiera...)... nunca me he acordado tanto de todo lo feliz que fui de pequeña, como ahora.

Cada vez que mis hijos me piden que me ponga a sacudir el esqueleto y baile con ellos al final de Kungfu Panda (peli que a estas alturas he visto tantas veces que se me están achinando los ojos), cada vez que se quedan embelesados delante de nuestras plantitas de fresa, cada vez que se desternillan entre cosquillas o me hacen desternillarme a mí con sus estrambóticos escondites si jugamos un Nascondino... me devuelven una riqueza infinita de recuerdos.

Y mola muchísimo. Estaréis de acuerdo conmigo.

Mimar a la memoria es muy importante para mí. Si no lo creyese así, no escribiría este blog.

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