Los bolsillos de Andrés

El plumas de Andrés, porque es de esos ultrafinos modernos, lo meten siempre las profes dentro de su mochila, (el de Mía a veces entra y a veces, no). De manera que cuando voy a buscarles al cole, a eso de las tres y media, se produce siempre, después de los abrazos, las risas pícaras y el salto a mis brazos, o después de la modorra mimosa, porque Suor Agnese me haya dejado despertarlos de la siesta, un momento un poco mágico: que es sacar la cazadora en cuestión de la bolsa.

¿Y mágico por qué? ¿No es acaso el summun de lo prosaico el abrir una mochila infantil y sacar una prenda de dentro? ¿Se me ha ido la perola ya completamente con el lirismo familiar? Pues no.





Porque al desdoblar el abrigo de Andrés, un aroma de pino, de resina, de hierba y de primavera se te agarra a las narices y te hace cosquillas en las meninges soleadas. Y te pone contenta, así estén cayendo chuzos de punta en la calle o vaya a anochecer, como sucede por estos lares a principios de marzo, en torno a las 6 de la tarde.

Y es que Andrés, al que a veces apodo Rodríguez de la Fuente o Capitán Cousteau, es un amante de la naturaleza y no puede evitar meterse en los bolsillos cualquier cosa (desde una piedrecita a una piña, de un capullo de asterácea a un caracol, de una hoja lanceolada particularmente interesante a un matojo de flores de trébol, de una semilla de ciruelo a un trozo de corteza de saúco).

El va observando todo, muy atento, emocionado por los colores de las flores y por cómo se van abriendo los capullos nuevos y por cómo crecen, con trepidante velocidad, los tallos de tulipán que plantamos (con tres meses de retraso) en una maceta, a la entrada de casa (y debo reconocer que en rigor los plantó el abuelo, porque nosotros, o sea yo, casi hubiéramos dejado crecer los bulbos en la bolsa en que quedaron cuando los compré en el súper, allá por noviembre. Cuidao que soy desastre)



Sucedió ya hace meses, que en su celo por recolectar conchas de caracol, tras un día de lluvia, Andrés acabó metiéndose dos "lumacas" vivas en el bolsillo de la sudadera, las seleccionó con mimo y con extrema delicadeza las depositó en su felpa.
Y se enamoraron los caracoles, y los encontramos fugándose juntos, rumbo al techo de casa, a media pared, habiendo dejado un racimo de huevos frescos en el bolsillo.
Y eran tozudos los enamorados, que se llevaron un buen trozo de estuco del muro cuando mi marido quiso despegarlos y liberarlos, pletóricos de vida y de romance, en el jardín. A ellos y a su apenas gestada prole.

"Me lo meto en tasca" -es el grito de guerra de mi Andrés, entusiasta e ilusionado, como yo, como todos, con el maravilloso principio de la primavera.

Ahora me da la tabarra con que quiere adoptar un gato, y que lo llamará Maie (o Maye)... Mi marido dice que ni jartovino... Os mantendré informados.

Comentarios

  1. Como siempre genial, parece que la primavera, leyéndote, está detrás de la puerta, y el lirismo de las plantas y las flores caben de maravilla en la mochila de Andrés

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    1. te va a deforestar medio Valdemorillo, verás... está en modo entomólogo-botánico-guardabosques...

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  2. Ai, qué bonito (Andrés y como escribes). Yo era igual y ya ves cómo he terminado :-)

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  3. :-) Ojalá él termine tb así, feliz!

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